lunes, 9 de diciembre de 2013

Diciembre

Diciembre trae, aparte del aguinaldo, mucho trajín. Mi cumpleaños y las fiestas hacen que en dos semanas me reparta con más gente de la que me gustaría.

Es uno de los meses que menos me gustan del año justamente por esto. La gente se pone sensible en esta fecha. Se hace el típico balance que determina cuánto podemos patear los objetivos que te pusiste, medio entonado, una madrugada de Enero. Mi balance implica otro cumpleaños que pasa y otra vez la promesa incumplida de dejar de fumar, de estudiar. De ser un poco más persona, de no exigirme todo el tiempo hasta el borde del colapso.

No cumplí ninguno de loa objetivos que me puse a los 21, ni los que me propuse cuando arranqué el año. Y tengo culpa por ello. Pero hice más por mi felicidad este año que ningún otro, y eso me hace sentir que me dediqué a ser feliz sin tener en vista esas expectativas de logro. Fui amiga, novia, hermana, colega, hija, sonreí cuando no tenía razones para hacerlo y lloré de felicidad y orgullo.
Estuve a la altura de las circunstancias la mayoría del tiempo. Fui infeliz de a ratos. Sigo culpandome de cosas ajenas a mí, sigo siendo un poco indefensa. Sigo saliendo sin paraguas a ver si la lluvia no moja esta vez y termino siempre empapada y temblando.

Sigo. Y probablemente eso es lo que me hace creer que la vida no se mide por objetivos autoimpuestos sino que se mide por las oportunidades de ser feliz que no desaprovechamos. Sigo mirando al sur. Sigo eligiendo mal, pero por lo menos elijo elegir.
Y eso, en este momento, es lo más valioso que tengo.