sábado, 7 de junio de 2014

Hay una vez

-Me encanta despertarme al lado tuyo.
-Para verme la cara hinchada?
-No, porque te despertás con los ojos medio cerrados, toda despeinada y con una sonrisa vaga en la cara.

En el mundo de Capital hay un lugar que conozco y no tiene más ruido que el que hacés cuando caminás y pisás las hojas. Es un lugar en el cual te podés perder con facilidad y del cual me cuesta salir. Ahí hay una casa donde la lluvia se escucha mientras dormís con más fuerza que en cualquier otro lado. Cerca de ahí hay un parque grande, que lo cruza el tren, tiene un árbol que es chato arriba y hay un tronco grueso cortado ideal para apoyar la espalda y leer mientras alguien te mira. A unas cuadras de ahí también tenés calles medias escondidas, hechas para caminar de la mano o hablar de cualquier cosa. Veredas angostas, ideales para cruzar si te enojas y después volver a tu antojo. Una esquina de 5 esquinas donde hay una parada de bondi y si te abrazas a alguien con la suficiente fuerza, te podés convertir en aire. Un café tan cargado de mala energía que te vas más viejo y derrotado en cada oportunidad.
En todos esos lugares (que al ojo de cualquiera con lugares comunes y corrientes) dejé algo mío. No algo material, sino algo simbólico. Creo haber dejado mi olor en una almohada, carcajadas en el parque y un par de lágrimas en el resto. En ese punto de Capital puedo dormir tranquila por más que llueva; tengo ahí un par de brazos brujos y un pecho que si apoyo la cabeza es mejor que cualquier almohada. Hay una boca que me dice palabras que actúan como un bálsamo ante cualquier intento de salir corriendo. Y la risa más linda que conozco: esa risa que aparece porque la genero yo.

Había una vez un chico que le dijo a una chica, en una estación de subte, que quería que se mude a su barrio para tenerla cerca. Que la quería más de lo que ella imaginaba.
Hay una vez una chica que, cuando se despierta en esa cama y mira a su izquierda, no puede hacer otra cosa que sonreír.

martes, 25 de marzo de 2014

2014 - parte I

"Soy muy feliz".

Y así fue como mi vida se llenó de trabajo, de presión, de (merecidísimo) reconocimiento. De sábados de truco de a 4 y de jueves de Caballito. De Avellaneda, La Plata y Agronomía. De vaivenes, de cervezas, de gritos y desorden; de fuego, lluvia, sueño, hambre, fatiga. De objetivos cumplidos y etapas cerradas. De paz los domingos, de caminatas de la mano. Se llenó de recuerdos en memorias ajenas. De momentos que evidentemente alguien congeló en pos de que valieran la pena en su momento, y ahora tienen un valor especial. Estuvo lleno de lágrimas, porque sí. Porque sigo siendo mala para tomar decisiones, pero ya aprendí a no tomarlas sola y tengo quiénes me orienten, me aconsejen, busquen lo mejor para mí. Y los escucho. Mis amigos, mi familia, colegas, jefes, la gente que me conoce realmente. Valoran lo que soy y me empujan a ser lo que puedo llegar a ser.
Todos los momentos buenos de este año, por ahora, fueron porque hubo gente que desde un principio confió en mí para algo. Vio en mí cosas que yo no pude ver, y las hicieron notar a quienes pudieron.

Gracias a eso, hoy soy feliz. Por eso mi respuesta al "cómo estás?" es la misma desde el 1 de enero.

Muy feliz.






lunes, 9 de diciembre de 2013

Diciembre

Diciembre trae, aparte del aguinaldo, mucho trajín. Mi cumpleaños y las fiestas hacen que en dos semanas me reparta con más gente de la que me gustaría.

Es uno de los meses que menos me gustan del año justamente por esto. La gente se pone sensible en esta fecha. Se hace el típico balance que determina cuánto podemos patear los objetivos que te pusiste, medio entonado, una madrugada de Enero. Mi balance implica otro cumpleaños que pasa y otra vez la promesa incumplida de dejar de fumar, de estudiar. De ser un poco más persona, de no exigirme todo el tiempo hasta el borde del colapso.

No cumplí ninguno de loa objetivos que me puse a los 21, ni los que me propuse cuando arranqué el año. Y tengo culpa por ello. Pero hice más por mi felicidad este año que ningún otro, y eso me hace sentir que me dediqué a ser feliz sin tener en vista esas expectativas de logro. Fui amiga, novia, hermana, colega, hija, sonreí cuando no tenía razones para hacerlo y lloré de felicidad y orgullo.
Estuve a la altura de las circunstancias la mayoría del tiempo. Fui infeliz de a ratos. Sigo culpandome de cosas ajenas a mí, sigo siendo un poco indefensa. Sigo saliendo sin paraguas a ver si la lluvia no moja esta vez y termino siempre empapada y temblando.

Sigo. Y probablemente eso es lo que me hace creer que la vida no se mide por objetivos autoimpuestos sino que se mide por las oportunidades de ser feliz que no desaprovechamos. Sigo mirando al sur. Sigo eligiendo mal, pero por lo menos elijo elegir.
Y eso, en este momento, es lo más valioso que tengo.

viernes, 14 de junio de 2013

Ponele (II)

Mientras recorría las calles de Rosario intentaba encontrarle lógica a vos, tu sonrisa, a irme del bar, a poner excusas, a los nervios, a tu boca, tus manos, tu voz, tu olor. Quise aplicar la lógica y antes de subir al avión me di cuenta que esta canción es lo más lógico del viaje.


lunes, 10 de junio de 2013

Ponele

Ponele que no hubiese seguido a mi instinto y, el viernes ese, no hubiese llevado en la cartera ropa interior decente. Ni loca le entraba a mi compañero de trabajo R, que es un 10, con esa tanga toda hecha mierda. Punto para mi instinto.

Ponele que no me hubiese pedido ese feriado para ir a San Miguel. No hubiese estado todo el trayecto del barrio a San Miguel hablando con R de cosas copadas, y probablemente no se hubiese desencadenado la situación anterior 5 días después. Punto para mi instinto.

Ponele que no me hubiese pedido ese feriado para ir a San Miguel. No hubiese conocido al Pibe Barrio, quien terminó siendo la fija indiscutida que me hizo descubrir que el vino en boca ajena es más rico. Punto para mi instinto.

Ponele que no hubiese conocido al Pibe Barrio. No hubiese estado por San Martin y Juan B Justo a horas extrañas y no hubiese creido verte a vos, Morocho. Menos que menos te hubiese mandado mensajes y hubiese descubierto, por sorpresa, que las asignaturas pendientes pueden dejar de ser pendientes. Punto para mi instinto.

Ponele que el jueves pasado hubiese ido directamente desde el trabajo a ver stand up. No hubiese llegado casi sobre la hora, ni me hubiese sentado tan cerca del escenario con los chicos. Sheldon no me hubiese visto, ni me hubiese dicho, con una caradurez sorprendente, "te agrego yo a facebook o me agregàs vos?". Ni hubiesemos dado una vuelta. Punto para mi instinto.

Ponele que no hubiese sacado pasajes a Rosario. Pero mi instinto no se equivoca.

lunes, 13 de mayo de 2013

miércoles, 8 de mayo de 2013

Cambios de tiempo

La posibilidad de un laburo nuevo despertó críticas de mucha gente que me importa, porque aparentemente está mal visto querer crecer, y está mal visto que a una la vean apta para determinadas cosas, determinados puestos, o simplemente le vean algo que vale la pena. Mi trabajo es mi vida, y eso es algo que transmito. Mis amigos no lo entienden, porque trabajan en algo que no les gusta. A mí me gusta esto, y me armé una linda carrera hasta el momento.

Que venga una empresa grande, enorme, y me diga "che, nos gustás, te cabe venir?" es un crimen por lo visto. En realidad el crimen sería arriesgarme a irme. El crimen es comentarlo, comentar mi felicidad y el orgullo que me genera que un monstruo asi me vea capaz.

El crimen es sentir que sirvo para algo en 21 años.