jueves, 24 de marzo de 2011

Vi a Sabina hoy, después de un año, dos meses y 2 días. Hay un problema con Sabina. Si le tengo tanta admiración y aprecio, es porque anda por la edad de mi abuelo materno.
Siempre en esos momentos turbios, o de felicidad absoluta, siempre pienso en ese abuelo. No llegó a saber que mi vieja se casaba con mi viejo, menos que menos lo conocí, pero mi abuela, mi mamá y mis tíos no paran de decir que mi primito, el único varón, "tiene los ojos de tu abuelo". Inconcientemente le debo mi segundo nombre, y me encantaría haberlo tenido al lado mío. La vida me dio dos bisabuelas que una va a ser mi ejemplo a seguir toda mi vida, pero escucho anécdotas de mis amigos hablando de sus abuelos, o veo a un señor mayor de bastón, e irremediablemente lloro. Lloro de bronca por mí, por mi vieja, por mi abula, por mis primos. Lloro porque mientras yo me despilfarro el sueldo en todas las fechas de Joaquin, "yo le daba mi sueldo entero a mi papá para que se compre los remedios oncológicos, así como me daban el sobre, yo se lo daba a papá", me dice siempre mi vieja.

Sé que lo que soy ahora hubiese sido distinto con mi abuelo. Lo sé. Mi abuelo postizo (el hombre que está con mi abuela desde hace más de veinte años) me enseñó a jugar a las cartas, me adora como a sus otros nietos, pero si hay algo que a mi me gustaría es haber conocido a mi abuelo. Haber visto partidos con él. Escucharle la voz, o que me dé un abrazo. Y no llorarlo en un recital al ritmo de Tan joven y tan viejo.

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